2012/07/19

Síndrome de Ponata

Diego, Sanda, Bruce, Martín
 
  Dice su diario de viaje que Stendhal cayó al suelo tras visitar la iglesia de la Santa Croce. Le fallaron las piernas y no pudo mantener el equilibrio; se sentía aturdido. Y tuvo que salir. Al parecer, fue incapaz de soportar la belleza de Florencia. Siglos después, aún suele referirse a esa reacción como el síndrome de Stendhal. En la espeleología existe otro fenómeno bien parecido, que reúne una etiología que no falla nunca: una cueva emocionante y el cansancio extremo. Entonces ocurre, seducido por las curvas subterráneas, y exhausto,  ¡casi muerto!, entonces, la salida de la cueva se vuelve una necesidad. Y cuando consigues atravesar la luz exterior: un momento de calma, y el éxtasis. Caminas como si éste no fuera tu mundo. Algunos equiparan estos síntomas a los de un zombi, otros a los de un asceta metafísico, y el resto a los de un poseído. Por fuera podrían parecerlo- sólo hace falta revisar fotos-. Sin embargo, yo prefiero llamarlo el síndrome de Ponata. Y cualquiera que conozca esa zona de hayales sabrá a qué me refiero.  

  Tres grandes exploradores me acompañaban en esta expedición. Nuestro amigo Bruce, guarda forestal de los bosques de Escocia; Sanda, que aparte de médico, es escaladora y capoeirista; y Diego, anestesiólogo, raíz cactácea y guía para la ocasión. Menuda tropa. Y todos ansiosos. Tal vez por eso el desayuno resultó efímero, ligero- aunque, eso sí, más contundente que un bol de Kellogs, ¡ejem!-. Durante el trayecto, Diego nos habló de otros tiempos, de la caliza terciaria y de las sierras vizcaínas en territorio alavés. Y a medida que nos adentrábamos en la montaña, aquellas épocas lejanas se acercaban más y más. Diego ya lo sabía, y en el momento exacto, dejó que la música sonara. Y las vimos. Musas para los espeleólogos. Grandes bloques de caliza. Así continuamos, maravillados entre socavones y ganado; ovejas y vacas y amigables espectros sin cabeza- mi reverencia a San Vítores-.

    Las conversaciones se iban quedando atrás, se mezclaban los idiomas, hasta que: silencio.
    Habíamos llegado a Sierra Salvada. 

  Recorreríamos parte del sistema del Hayal de Ponata; el tramo que discurre entre la SR-7 y la histórica SI-44, descubierta por el GEA en marzo de 1983. Cabe decir que esta cavidad es una de las más grandes de la CAPV, con más de 50 km de galerías topografiadas. Para nuestra travesía instalamos una cuerda en esa segunda sima. El agujero no podría ser más atractivo: una trampilla escondida entre hojarasca. No obstante, nuestra entrada sería otra. Así que volvimos a la dolina inicial para empezar el descenso. Surgieron algunos imprevistos que fueron solucionados en el acto; demos gracias al guía. Y comenzamos la travesía. Encorsetados en nuestros neoprenos, superamos las gateras y los destrepes iniciales. Un par de bajadas, y ese gran agujero. Allí empezaron los primeros síntomas. A partir de este punto, prefiero no describirlo con detalle; un mal adjetivo destrozaría las estalactitas y una frase mal hecha enturbiaría el agua de Kobata y no quiero ni pensar qué causaría un ritmo lento. Así que me limitaré a escribir visiones borrosas e inconexas.

  De hecho, para entender la cueva, tal vez sea apropiado compararla con la teoría física de los multiversos. Es decir, realidades paralelas que coexisten en un mismo conjunto. De esta manera, a medida que avanzábamos, surgían mundos completamente diferentes, pero conectados entre sí. El paso sifonado -¡jodido frío!, ¿seguro que es por ahí?, ¡Está fría! ¡Nononono!-; el río de Kobata, tan limpio y suave; el pozo 23: guarida de algún gigante de las cavernas; la galería de Indianápolis, que bien podría llamarse avenida; el paso del Bizkaino; los trucos de magia de Diego, con su chistera suiza; la galería Kalahari; la alcantarilla… oh, qué nombre más acertado. Joder, y empecé a estar cansado. Pero aún tuve ganas de un poco de atletismo. Y vino Paulova, que me llevó a bailar con ella. Y bailamos hasta el amanecer de los pozos finales. Durante la travesía instalábamos y recuperábamos cuerdas- oficio en el que se turnaron Bruce y Sandra-. Y sabíamos que habría que volver más tarde a equiparlas. Descubrimos que Diego pertenecía a la familia de las cactaceae, y que si le dabas una gota de agua y una onza de chocolate, era capaz sobrevivir durante un par de semanas sin nada más. Así puso a prueba la fortaleza de los escoceses y la energía de las médicos de UVI móviles.
   Así hizo que yo padeciera el Síndrome de Ponata. Pues cuando salí de la SI-44 aún creía estar caminando entre universos subterráneos. 

  P.D: Mis disculpas a Sanda, a la que generamos un estrés máximo. Espero que nos volvamos a ver en alguna otra cueva, ¡con un poco más tiempo!

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Martin, sin duda tienes estilo escribiendo. El texto es tuyo, no creo equivocarme. Saluda a aita de mi parte!
roberXplorer

UnaiExMexican dijo...

Gutxi gorabehera Martin, neuk sentitu neban antzerakua, erderaz OSO ondo azalduta! Nik imagen bat daukat, Pisisikriti-ko galerietan, GEAKo batek esan zeuztanean, buru gainean zegoen ez-tetxura begiratzean: "alli arriba, galerias fijo!"

Martín dijo...

jajaja eskerrik asko, Mexican! Pisi sikriti, eh?... ba fijo, sistema horretan oraindik dago MATERIAL ASKO esploratzeke!!!

Rober! A ver cuándo me llevas por el territorio mundak!!

Chorizomma subterranea dijo...

Rober, tienes que contratar a Martin de guionista.

Antropologa para Martin dijo...

Stendhal, ese grande senor. Todos los grandes de espirito se cayen adelante de Santa Croce...y todos los grandes alli estan sepultados. Un grande escritor y una grande ciudad.
Escribes bien Martin.
Cuando vayas a Manchester me dices algo, creo que yo y Dave estaremos por cerca de Birmingham este ano.
Abrazo

ZARAMA ESPELEO dijo...

ja, Ja, Sindrome de Ponata..., si fué una enfermedad que tuve durante muchos años seguidos, en mi caso fue sindrome de Ponata Permanente. Me alegro de que por lo menos lo pasasteis bien