IN MEMORIAM. MATÍAS RIVERA
En
los años 80 la Federación Vizcaína
de Montaña publicó el libro “Gorbea”, que venía a ser una reedición del
excelente clásico escrito por Sabin Apraiz en 1950. Coordinado por Jesús de la Fuente , no se limitó a
repetir el contenido del original, sino que lo amplió con varios capítulos
dedicados, entre otras cosas, al pastoreo, a los monumentos megalíticos y a la
espeleología.
Este
último apartado aparecía firmado por un tal Matías Rivera, y desde que cayó en
mis manos, al poco de publicarse, aquellas 16 páginas ejercieron sobre mí una
poderosa atracción, la misma que había sentido al acercarme a las oscuras bocas
de Itxina. Más allá de la penumbra inicial, todo era un misterio para el simple
mendizale que yo era por aquel entonces. El propio Matías escribía “los espeleólogos somos reacios a escribir en
publicaciones no especializadas en estudios subterráneos, pero en esta ocasión
por tratarse del Gorbea nos ha impulsado a hacerlo una razón puramente afectiva
y personal, al tratarse de la zona donde comenzamos a desarrollar nuestra
actividad espeleológica”.
No
conocí a Matías hasta muchos años después, pero en mi caso, él formaba parte
también de ese particular universo afectivo, inspirador de una afición como la
espeleología. Fue en 2016 cuando, preparando la parte histórica del libro sobre
la Torca del
Carlista, lo entrevisté y tuve la ocasión de comprobar su gran calidad humana.
Era una persona extremadamente educada, un gentleman
de la espeleología que puso a mi disposición todos sus recuerdos. Hablamos de
sus inicios en Matiko, en el grupo TBM, de su actividad en la Unidad Alpina de la
Cruz Roja , en el CAS, en el GAES… Me
facilitó sus diarios de exploraciones, sus topografías, en papel cebolla de la
época, sus fichas de instalaciones, etc. Y todo cuidadosamente elaborado,
demostrando una dedicación que solo
puede explicarse desde la pasión que alguien como él tuvo en aquellos años 70 y
80 por la espeleología.
Al
conocer la noticia de su fallecimiento he sentido una gran tristeza. Ahora, no
he podido evitarlo, recuerdo sus palabras acerca de la situación extrema que
vivió en enero de 1976 en la
Torca del Carlista, cuando quedó suspendido en el inmenso
vacío cabeza abajo, colgado de un pie, sin nadie de apoyo ni abajo ni arriba, en
la campana, puesto que su único compañero de expedición esperaba mucho más
arriba sin saber nada. “¿Quieres que lo
publiquemos, Matías?, le pregunté. Me respondió, amable como siempre “Adelante, no hay ningún problema”. E
inmediatamente me confesó “… pero tengo
que decirte que aquello me cambió la vida, fue como volver a nacer, desde
entonces siento mucho más todas las cosas de la vida… pero eso no hace falta
que lo pongas…”. Releo con emoción su diario “… son 20 minutos angustiosos, estoy muy agotado, falto de ideas, y veo a
la muerte que me acecha…”. Cuando luego consiguió sobreponerse, llegó su
compañero fuertemente impresionado por aquel ambiente, ya que era la primera
vez que descendía una sima, pero Matías decidió no preocuparle. Leo en su
diario “… debo sobreponer mi angustia y
animar al compañero. Debo conservar la moral de los dos a un nivel aceptable…”
y le dijo “no ha sido nada, solamente un
mal nudo que me ha costado mucho soltarlo”.
Ese
era Matías.
Sit
tibi terra levis.
Josu Granja
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