01/07/2019 Alberto (GAES), Mariano, Martin U., Zutoia, Santi (ADES)
Siguiendo las buenas costumbres de los baserritarras de la zona de Gernika,
que continúan fielmente con la tradición Astelena
jai, “lunes fiesta”, hemos utilizado este día para ir a Sierra Sálbada y
visitar la cueva del Rebollar. Para ello hemos contactado con el que ha sido
nuestro guía, el veterano espeleólogo Alberto Alonso, a quien voy a llamar
desde ya el último Quijote. Y para
que el aludido no se enfade demasiado, me voy a incluir a mí mismo en la
cuadrilla de los cuatro Sanchos y Sanchas
que le hemos seguido.
Desde luego, podía haber comenzado la crónica siguiendo el estilo de
Cervantes: “quedamos en Puerto Angulo con el último Quijote, que ha venido de
un lugar de las Merindades de cuyo nombre no nos acordamos…”
El rato de merienda a la vuelta de la cueva me ha proporcionado el motivo
central para esta crónica. “Echa un poco de sidra”, dice Alberto, a la vez que
degustamos una tortilla hecha con patatas recién recogidas en la huerta de
Urdaibai. El “elogio” del Quijote no se ha hecho esperar: “La tortilla está sin
cebolla, más bien escasa de sal, y es cobarde”. Me apresuro a captar el
significado de lo último, pero Mariano se me adelanta: “quiere decir que le
faltan huevos…”
La crítica del veterano guía me ha tocado un poco la fibra, y allí mismo
decido emprender mi particular venganza: voy a centrar mi relato en un tema
espinoso, hablando de un tema que normalmente no se trata para evitar
enemistades entre espeleólogos: los infinitos conflictos por mil historias que los
cueveros protagonizan entre ellos y de los cuales tampoco se libra, por
desgracia, nuestro propio grupo. Tema donde voy a colocar como personaje
central, precisamente, al Quijote que se ha atrevido a hablar así de nuestra
tortilla de patatas –motivo de tanto o más peso que los habituales entre los
espeleólogos para el origen de sus rencillas-.
Alberto Alonso en la Sala de los Espejos. ADES
A lo largo de su larga trayectoria espeleológica Alberto se ha visto
inmerso en diversos avatares y batallas entre cueveros, frente a los cuales, en
vez de moderarse y actuar de forma sosegada ha respondido con embestidas, como
buen Quijote que es.
Y es que Alberto Alonso es el último espeleólogo en activo que formó parte
del que fue, para nosotros, un club mítico, el Grupo Espeleológico Vizcaíno
(GEV). Pero lo que nos interesa en este momento es su explicación de cómo dejó
de ser miembro de ese grupo:
“En las inundaciones de 1983 yo fui a ayudar a la Cruz Roja en Bilbao y,
posteriormente, la gente del GEV me echó en cara el haber colaborado con esa
organización en vez de ir a medir caudales de agua con ellos. Los mandé a tomar
por culo.”
Le pasamos otro vaso de sidra. Afortunadamente, no hace ningún “elogio” de
la bebida, hecha también con manzanas de Urdaibai.
“Desde entonces he deambulado por diferentes grupos, pero no duraba en
ninguno porque no aguantaba la disciplina que pretendían imponer.”
Nos habla de las exploraciones de la cueva del Rebollar y de su conexión
con el sistema SI-44. Había que abrir paso en un tramo donde la cueva estaba
colapsada por una acumulación de bloques. El trabajo era enorme y no había
certidumbre de que la galería continuara al otro lado. Alberto se puso en
contacto con los jóvenes espeleólogos del grupo Tacomano.
“Le dije a Rubén que si empezábamos a sacar piedras teníamos que continuar
hasta acabar. Me dijo que sí”
En tres fines de semana abrieron el paso y la cueva continuaba por una
amplia galería. En la visita hemos podido comprobar la labor de desescombro
llevada a cabo, con experta colocación de losas en el suelo de la gatera y paredes
de piedra construidas con pericia, labor no superable por ningún albañil.
“Todo el mundo sabe quién ha hecho esa obra”, comenta Alberto con orgullo.
Relata que cuando la conexión entre las dos cuevas parecía más próxima, los
componentes del Tacomano fueron por su cuenta y llegaron a una galería de la
SI-44. Durante muchos años la responsabilidad de la exploración de esta última
cavidad había estado en manos del Grupo Espeleológico Alavés (GEA). Los del
Tacomano se pusieron en contacto con el GEA, proponiendo una exploración
conjunta, pero, según Alberto, este último grupo planteó que la cueva del
Rebollar era también “suya”, por lo que exigían centralizar la labor
topográfica. Al parecer eran reacios a compartir sus datos de la SI-44 con el
Tacomano. Fue el inicio de la disputa.
“Los del Tacomano y los del GEA, cada uno por su lado, me pidieron que
explorara con ellos. Contesté a ambos que no”
Tras el desencuentro los dos clubes hicieron incursiones en el Rebollar,
explorando independientemente. En algunos sitios cada grupo instaló su propia
cuerda, para no tener que utilizar la del otro. Precisamente, antes de llegar a
la Sala de Los Espejos, nos encontramos con un salto con dos instalaciones de
cuerda separadas.
“¿Por cuál de las instalaciones vas
a bajar, Alberto, por la del Tacomano o por la del GEA?”
“Por la que me salga de los cojones”
Llegamos a la Sala de los Espejos, el mayor volumen subterráneo de todo el
sistema. Un accidente geológico ha creado el efecto “espejo de falla” en las
paredes de ambos lados de la sala. Subimos por una impresionante cuesta
atravesando la pedrera hasta alcanzar su cabecera.
“Antes de explorar el Rebollar, llegar aquí desde la boca del Hayal de
Ponata tenía cierto mérito”, dice Alberto. Como le veo venir con la intención
de continuar con otra reflexión intempestiva, me adelanto a su propio
pensamiento: “Ahora cualquier cantamañanas llega hasta aquí”, le digo.
Debido a los grandes cambios que ha habido en la espeleología desde los
inicios de la exploración de la cueva hasta ahora Alberto se indigna cuando los
cueveros más noveles menosprecian la actividad de los antiguos. Pone como
ejemplo el bautizo de una zona de la cueva, próxima al punto de unión, como la
“empanada de los navarros” por parte de los más nuevos. En los años 80 del
siglo pasado, varios espeleólogos de la comunidad se pasaron días de miseria
explorando la zona y los jóvenes les achacan que no supieran ver el punto de
conexión con las galerías del Rebollar. En este video grabado por Carlos Abecia
(GEA) queda claro el pensamiento de Alberto.
Alberto Alonso con Felix Alangua. Carlos Abecia (GEA)
Este carácter no le ha ayudado precisamente a hacer amigos. Pero, afortunadamente,
nuestro Quijote tiene un efectivo sistema para hacer desaparecer a los
indeseables:
“La gente que no me interesa la paso al lado
oscuro, y se pierde allí para siempre.”
Intuyo que debe ser algo más oscuro que la inmensa negrura que se ve desde
la cabecera de la Sala de los Espejos.
Las peripecias espeleológicas vividas han hecho cierta mella en Alberto, que
lo expresa mediante manifestaciones salpicadas con un humor amargo. “Desde
luego, no es agradable haber protagonizado hazañas, y que no te reconozcan, ni
siquiera una parte”, le digo, ofreciéndole el último resto de sidra.
“Solo espero que les pongan tantas medallas que acaben todos desriñonados”
Despedimos a Alberto, el último
Quijote, sin poder disimular nuestra admiración. Allá va de vuelta con su
todoterreno Rocinante a un lugar de
las Merindades de cuyo nombre no nos acordamos.
A la salida del Rebollar. ADES