12-6-2021 Antua, Gotzon, Oier, Mariano, Santi
Exploración de la cueva de Iturtze. Cavidad encontrada gracias a los desvelos de Urtzi, al cual el ADES ha de agradecerle el hallazgo de una cueva insólita para lo acostumbrado por el grupo: cientos de metros de galería perfectamente delineada de fácil recorrido (aparte del desalentador caos de bloques inicial).
Tras arrastrarnos por las estrecheces sinuosas de la entrada hemos alcanzado el cauce activo continuando hasta llegar a una colada que colapsaba toda la galería. Había que seguir por una estrecha gatera ascendente, donde me he quedado completamente empotrado y he pensado en desistir y volver para fuera, pero Mariano me ha dicho, “espera, voy a darle un poco al cincel”, y tras un rato de mazazos y golpes ha ampliado el paso, de forma que he conseguido reptar por él.
Oier, nuestro recoge-bichos oficial ha estado montando trampas para la recogida de muestras biológicas en la galería de la entrada, y se ha mostrado reluctante en continuar considerando que tenía trabajo de sobra en el tramo previo. De forma que el resto nos hemos adentrado en el nuevo pasadizo – conocido parcialmente sólo por Gotzon, que se había internado en una entrada anterior- y nos hemos maravillado con el curso activo de agua que recorría sin apenas desnivel por secciones de galería absolutamente rectas y fáciles de andar, algo absolutamente inimaginable en las típicas exploraciones de nuestra zona. Resulta sorprendente que el riachuelo recorra el karst a tanta altura, a más de 200 metros sobre el nivel del mar; de momento desconocemos a qué surgencia de Artibai se dirige.
En un determinado momento Antua se ha quedado atrás, observando fijamente los entresijos de una colada blanca. “Antuá, venga, hay que hacer la topografía,” le ha apremiado Gotzon. Sin hacer el más mínimo caso el aludido ha seguido absolutamente concentrado en aquel rincón, cosa que nos ha intrigado un poco, pero no teníamos tiempo para charletas: nos esperaba una vertiginosa exploración de varios centenares de metros de desacostumbrada galería que nos ha tenido totalmente ocupados con la medición y la ampliación de algunos pasos estrechos. Gotzon se ha colado, nadie sabe cómo, en el último orificio, supuestamente impenetrable, hasta alcanzar un sifón 30 metros más adelante.
Cuando hemos retornado a la colada blanca Antuá se ha puesto otra vez a observarla. “Antes había aquí un pseudoescorpión”, ha comentado. La inmediata respuesta de Gotzon: “le podías haber avisado a Oier”.
Oier recogiendo muestras. BET
Una vez fuera, cuando estábamos saboreando el excelente socata fabricado con las flores de sauco de la zona de Enzuntza de Lekeitio que Oier nos había dejado, Antuá seguía un tanto ensimismado. Y es que los espeleólogos atribuyen un significado especial a todo bicho que encuentran en las cavernas. En el exterior nada les importa, ni siquiera se fijan en los grillos, saltamontes, arañas o pájaros que andan por allí, pero, ah amigos, una vez dentro la cosa cambia completamente: cualquier atisbo de existencia que llegan a vislumbrar es como si encontraran vida en Marte.
De forma que cuando Gotzon ha insistido que tenía que haber avisado a Oier, Antuá ha saltado con esta sorprendente respuesta:
“He estado hablando con el bicho. Le he comentado, «menuda suerte tienes de que no esté aquí Oier»”.
Nos hemos quedado mudos. No sabíamos si su explicación era consecuencia de la denominada “fatiga de cueva” o de alguna otra cosa más seria. Gotzon, sin embargo, se lo ha tomado a chufla:
“Qué te ha contestado el bicho?”
Y Antuá, muy serio:
“Me ha dicho, «muchas gracias Antuá, te debo una». Y, tras quedarse pensativo un rato, ha añadido; “¿cómo es que sabía mi nombre?”
Siempre me he preguntado si era posible la comunicación entre seres de tan diferente naturaleza como humanos e invertebrados. Podíamos estar ante el primer caso de una relación de ese tipo. La idea ha ido adquiriendo carácter de mayor probabilidad en mi cabeza al continuar Antuá con más detalles:
- “El bicho se ha largado hacia arriba y levantando la pinza a modo de saludo me ha dicho, «Feliz cumpleaños Antuá». ¿Cómo sabía que mañana es mi cumpleaños?”
Esta vez ha sido Mariano quien se lo ha tomado a chufla: “Querría tomarse una cerveza gratis”
Para mí lo que comentaba Antuá no era ninguna broma. Para nada. Estoy absolutamente convencido de que se ha tratado de una clara evidencia de la comunicación entre un humano y un ser de otra naturaleza. Pero, ¿cómo es que no se había registrado hasta ahora ningún caso semejante? Sólo se me ocurre avanzar una hipótesis: seguramente el bicho no era un simple pseudoescorpión, sino algo más. Algún ente que habiendo alcanzado este planeta se ha reencarnado en ese animalejo de las profundidades, al no poder tolerar la fuerte luz solar de la superficie.
La investigación continuará.