Santi, Oskar, Martin
Este sábado pasamos cerca del árbol de Galarregi: el aliento
rencoroso de la cueva lo retuerce más y más cada día. La sima de Leizebe se
encontraba un poco más abajo en la ladera. No tardamos en descubrir que se
trataba de una grieta vertical fraccionada por estrecheces. Nada más superar
las primeras dificultades, la cueva se alargó hacia el abismo, un pequeño pozo
que acababa en una ventana sin cortinas y con vistas al intestino del monte. El
siguiente era un pozazo, algo feo, pero pozazo. El problema, com siempre, es que Galarregi
pervierte hasta la fisura más esperanzadora. La sima acaba en un tobogán en
caída libre de 40x40 (¿), y ya sabemos que bajar, todo baja, pero subir…
El miércoles, un escuadrón suicida (Javi, Gotzon, Mariano,
Martín) decidió a las 4 de la tarde encontrar y topografíar en 3D la cueva de Atxurkulu.
Después de dos horas de zarzas y pintura rosa, dimos con ella. La exploración
fue dudosa y los puntos de topo primerizos, pero, al menos, quedó claro que
nuestra patología espeleológica ha ido empeorando con el tiempo. El sábado vivimos esa misma falta de cordura. “¿Por qué nos mandan a
desequipar si esto no acaba?”. Estaba clarísimo. La cueva solamente “necesitaba” un retoque de
cirugía de choque y un toque de magia. Ah, los exploradores más activos habían tirado
la toalla, pero los “amigos” de la espeleología juramos –en la base del pozo–
volver allí y perseguir el viento de punta. A la vuelta, yumareados los pozos, pasadas
las últimas estrecheces, no sonábamos tan firmes y seguros. Santi sólo se reía.
¡Oskar y yo teníamos medio claro que queríamos volver!
A menudo, nuestra condición patológica/espeleológica nos impide
recordar los traumas subterráneos y apenas necesitamos un par de días para
volver a las mismas cavidades que tanto nos han hecho sufrir. Aquí sentado recuerdo
la brisilla del fondo de Leizebe. El aliento era fétido, sí, pero bien ventilado... bueno, no era tan fétido, uno podía acostumbrarse... qué digo, ¡ese aliento olía a rosas!