El pasado miércoles volví a la dolina de piedras. Quería
planear el viaje de interrail y acabé repasando las últimas conquistas del ADES a la luz de las
llamas.
Hace un par de semanas, los espeleobuceadores Laurent y
Lotina encontraron la preciada conexión entre Lastarrike y Bolunzulo. Superaron
los dos primeros sifones y exploraron la galería del río principal: que
nosotros escucháramos el tintineo del Tam Tam contra el burilador no fue
fortuito. Los espeleólogos de neopreno tuvieron que trepar alguna cascada,
nadar río arriba, comprobar las laterales y arrastrarse por un tobogán de barro
con olor a gasóleo. Por fin. Inauguraron el paso de la Ele Ele.
Cuando éramos pequeños y la vida todavía no parecía tan
real, nos contaban historias de Bolunzulo, de cómo había remolinos salvajes que
podían exprimirte y arrastrar tu cuerpo hasta la playa de Laida. Alguno también
aseguraba haber visto un grupo de flautistas entrar en la cueva de la mano y
con los ojos vendados. Nos lo creímos. Según Oier, este es el motivo de muchas de
las leyendas locales, que los niños no se metan donde no deben.
Oía a los perros de Ereño en la lejanía, a los jabalíes acercándose,
y me preguntaba si la realidad no hubiera resultado igual de perturbadora. Qué
habría pensado el Martín del pasado si le hubiesen contado la historia de Laurent
y Lotina, si hubiese observado a los miembros ADES vestirse delante de mi casa
con trajes ajados y arneses deshilachados, si le hubieran hablado de kilómetros
de galerías subterráneas, del olor tóxico de un sifón, del túnel del basilisco
o de pasos donde la profundidad no se intuye. No parece diferenciarse mucho de
los mitos que susurrábamos en las cuadrillas.
Mientras escribo esto, unos pocos intrépidos se adentran en
las profundidades de Olabarri, otro gran descubrimiento de este año. Seguro que
algún aulestiarra contó a sus hijos la historia de ese monstruo que aguarda en
el fondo de la sima, o la leyenda del abismo que engulle a aquellos insensatos
que se atreven a curiosear en su interior. Y los niños lo creerían. Ellos nada saben de la caída del Olentzero, de
los meandros anoréxicos, de la sala del menhir o de las nuevas oquedades.
Y sus padres no sospechan que la realidad supera cualquier fabulación preventiva. Si no, que se lo digan a los flautistas que caminan
alrededor de la dolina, de la mano, sin ojos en sus cuencas.
4 comentarios:
kronika oso polita
Martín, si lo que buscas es un viaje iniciático, pásate por la agencia ADES, que me parece Inter-rail no tiene parada en Dolatazulo. Por ahí sí que puedes empezar a dar sentido a tu vida. Te aseguro que estamos a punto de comerte la oreja delante de tu casa.
Me pasé por la oficina de turismo de Aritzgane. Tuve que bajar no sé cuantas plantas y no había nadie allí. Después lo intenté en la oficina de Lezika, pero apareció un señor de barba blanca muy borde que me lanzaba petates a la cabeza, me llamaba Agate o algo parecido, no le entendí muy bien. Parecía una organización muy caótica...
Posicion de esa dolina ya. Tiene q haber algo.
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