Antua, Richard, Leire, Idoia, Gotzon, Martín.
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Se trataba una incursión como cualquier otra. Los exploradores de punta, Antua y Richard, se escurrirían rápidamente para ir desobstruyendo la estrechez del fondo. Gotzon y yo iríamos cerrando incógnitas hasta dar con ellos. Y después, Idoia y Leire, nuestras sombras en la oscuridad. Pero Mutruku no es una cueva corriente. Los dos primeros espeleólogos se han deslizado veloces hasta su destino. Mientras, el grupo de escalada hemos descendido hasta la boca del segundo pozo; allí había una escalada pendiente.
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Tras fijar una cuerda todos nos hemos dirigido a esa nueva galería. Antua y Richard se han colado los primeros, impacientes y emocionados. Después el resto. El camino era feo, lleno de gateras y destrepes. Pero tras un cruce, ha sucedido. Y me han venido a la cabeza aquellas misteriosas palabras del Replicante. Yo he visto cosas que vosotros nunca creerías, (…) rayos C brillar en la oscuridad frente a la puerta de Tannhaüser. Y mientras alumbraba aquella cavidad, con mi pobre Peltz, he podido ver la puerta de Tannhaüser: una nueva cueva que se abría ante nosotros. Un gran cañón.
Hasta ahora pensábamos que seguíamos el curso natural de Mutruku, el camino principal. Pero el trazado que conocíamos no ha resultado ser más que una carretera comarcal, un sendero bien puesto. Hoy hemos descubierto la mismísima autopista de Mutruku. Esa grieta- quizá la misma que puede verse en la cantera de la baticueva- continuaba hacia abajo. Y nosotros tras ella. Las paredes de la falla tenían una altura difícil de calcular y sólo posible de ver con las linternas de los buceadores. Durante el trayecto surgían enormes cantos rodados y las incógnitas se perdían a cada paso. Nosotros seguíamos hacia abajo, dejando atrás escaladas y galerías laterales, bajando. Al final, Gotzon, Leire, Idoia y yo hemos dado con el resto de los exploradores. El gran túnel acaba en una estrecha gatera. Parece ser que necesitaremos pico y pala si queremos seguir por ese camino.
Y así de emocionados nos hemos emprendido el lento y cansado camino de vuelta. Pues como dijo Gotzon, bajar, baja hasta la mierda, pero luego haber quién sube. Aprovechando la lentitud hemos teorizado sobre el nuevo descubrimiento. ¿Es esta la falla principal? ¿Dónde está el río? ¿Nos conducirá al colector de San Martín? ¿Y aquel agujero del fondo? ¿Acaso es todo el túnel una amalgama de sedimento? ¿Cuánto hemos descendido? ¿Cuántos metros de desarrollo? Preguntas sin respuesta. Todavía. También hemos aclarado alguna incógnita. Desgraciadamente, no teníamos material de topografiar, así que tendremos que esperar a la siguiente salida para ver el mapa y resolver dudas pendientes. Tras resoplar en la madriguera meandriforme de la salida, nos hemos concedido un buen festín en Santa Lucía.
Al final de la gatera más profunda, Gotzon ha creído oír algo. Viento. Tal vez agua. O nada. Sólo esperamos que no vuelva a ser la sirena de Lezandipe, engañándonos de nuevo con su extraño canto.