18/02/10: Idoia, Josu, Martín, Unai.
Cuando nieva y el frío aúlla desde lo alto del Illunzar, el
aliento de Iñeritze se vuelve extrañamente acogedor. Así lo creyeron los cuatro
aguerridos (o tontos) espeleólogos que ayer decidieron enfrentarse a los
elementos y acabaron refugiados en una de las simas más clásicas del ADES, un
angosto coloso de 300 metros que aún esconde misterios en su interior.
Recientemente el grupo había encontrado a la altura del paso volado nuevos volúmenes y la sala "ez dau ezer", puerta a
un antiguo piso fósil del que no sabíamos nada. Tras varios destrepes, pasos de
bailarina y alguna que otra estrechez infartada, los descubridores alcanzaron la
base de un pozo de grandes dimensiones. Estaban a la misma cota que la gran sala de entrada. La teoría/delirio morfológico
vigente habla de una posible conexión entre los primeros metros de Iñeritze y este gigantesco
meandro desfondado. Los cuatro que habíamos acudidos nos dividimos en dos
grupos. Josu y yo nos dirigimos a la punta, para seguir la escalada del pozo y
Unai e Idoia se quedaron en la sima de entrada para comprobar una posible
conexión.
La roca mala del nuevo pozo nos llevó a bautizarlo como 'Kattalin Putzua' (para entender, uno debe recurrir a la RAE). Ajeno al amplio patio que se abría a nuestras espaldas, Josu cogió
buen ritmo de taladro mientras yo le aseguraba colgado de una cabecera. Dos
luces en la mitad de un pequeño abismo. A los 20 metros que le estimamos inicialmente les
sumamos otros 15. Finalmente llegamos a una pequeña salita donde se intuye el
techo de un meandro a menos de diez metros de distancia. Dejamos la zona
equipada y suministro para la siguiente salida en la base del pozo: Una maza,7
chapas con Montys de seis, 15 mosquetones y dos cuerdas de unos 30 metros
aproximadamente. A Unai e Idoia no les sobraba el material, pero lograron
instalara un pasamanos hasta la incógnita y se quedaron justo a las puertas de
lo que podría ser una galería. ¿Existirá realmente un piso fósil? La cuerda del paso volada se dejó recogida y el resto se sacó fuera. Josu y yo salimos al exterior alrededor de las ocho, y con solo 10 minutos para
comer. Fuera, Idoia y Unai nos esperaban con ganas de caldo y risas. La temperatura no superaba los 3 grados.
Nos enteramos después de que, no muy lejos, allí donde se escucha
el aliento del Cantábrico, otro grupo de espeleólgos igual de tontos y
aguerridos también había hecho caso omiso al frío y el viento. De todas estas aventuras
solo quedan ahora las miradas furtivas de algún montañero despistado y los
jirones de los buzos rojos que se enganchan entre las zarzas.
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