2018/02/11

A la búsqueda de la conexión fósil de Iñeritze




18/02/10: Idoia, Josu, Martín, Unai.



Cuando nieva y el frío aúlla desde lo alto del Illunzar, el aliento de Iñeritze se vuelve extrañamente acogedor. Así lo creyeron los cuatro aguerridos (o tontos) espeleólogos que ayer decidieron enfrentarse a los elementos y acabaron refugiados en una de las simas más clásicas del ADES, un angosto coloso de 300 metros que aún esconde misterios en su interior.  

Recientemente el grupo había encontrado a la altura del paso volado nuevos volúmenes y la sala "ez dau ezer", puerta a un antiguo piso fósil del que no sabíamos nada. Tras varios destrepes, pasos de bailarina y alguna que otra estrechez infartada, los descubridores alcanzaron la base de un pozo de grandes dimensiones. Estaban a la misma cota que la gran sala de entrada. La teoría/delirio morfológico vigente habla de una posible conexión entre los primeros metros de Iñeritze y este gigantesco meandro desfondado. Los cuatro que habíamos acudidos nos dividimos en dos grupos. Josu y yo nos dirigimos a la punta, para seguir la escalada del pozo y Unai e Idoia se quedaron en la sima de entrada para comprobar una posible conexión.






La roca mala del nuevo pozo nos llevó a bautizarlo como 'Kattalin Putzua' (para entender, uno debe recurrir a la RAE). Ajeno al amplio patio que se abría a nuestras espaldas, Josu cogió buen ritmo de taladro mientras yo le aseguraba colgado de una cabecera. Dos luces en la mitad de un pequeño abismo. A los 20 metros que le estimamos inicialmente les sumamos otros 15. Finalmente llegamos a una pequeña salita donde se intuye el techo de un meandro a menos de diez metros de distancia. Dejamos la zona equipada y suministro para la siguiente salida en la base del pozo: Una maza,7 chapas con Montys de seis, 15 mosquetones y dos cuerdas de unos 30 metros aproximadamente. A Unai e Idoia no les sobraba el material, pero lograron instalara un pasamanos hasta la incógnita y se quedaron justo a las puertas de lo que podría ser una galería. ¿Existirá realmente un piso fósil? La cuerda del paso volada se dejó recogida y el resto se sacó fuera. Josu y yo salimos al exterior alrededor de las ocho, y con solo 10 minutos para comer. Fuera, Idoia y Unai nos esperaban con ganas de caldo y risas. La temperatura no superaba los 3 grados.

Nos enteramos después de que, no muy lejos, allí donde se escucha el aliento del Cantábrico, otro grupo de espeleólgos igual de tontos y aguerridos también había hecho caso omiso al frío y el viento. De todas estas aventuras solo quedan ahora las miradas furtivas de algún montañero despistado y los jirones de los buzos rojos que se enganchan entre las zarzas.




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